La angustia y la heladera


¿Atacás la heladera cuando estás deprimida? ¿Sos una “comedora” impulsiva emocional? Muchas veces usamos un postre para darnos placer después de una pelea, una crisis laboral o para levantarnos el ánimo cuando estamos deprimidas.

Pero esto no hace más que causar trastornos a nuestra alimentación. Averiguá si sos de las que resuelven sus problemas comiendo y, además, te contamos por qué pasa y cómo evitar un mal hábito que puede afectar tu salud.

¿Te encontraste alguna vez atacando la heladera a las 11 de la noche, después de una pelea con tu marido? ¿O bajándote una docena de medialunas en el auto luego de un día de trabajo horrible? Tal vez te pasó quedarte un domingo sola y aburrida en tu casa y te pasaste yendo y viniendo de la cocina, picoteando a cada rato alguna cosa.

La comida parece tener el poder mágico de calmarnos o de hacernos sentir mejor cuando la vida no funciona como nos gustaría. Porque en definitiva, nunca medio kilo de helado resolvió un problema de pareja, y sin embargo, genera una sensación bastante parecida. El consuelo empaquetado, por delivery y disponible las 24 horas.

El doctor Jorge Braguinski, médico nutricionista, director del Centro de Nutrición y Endocrinología (CeNE), describe estas conductas disfuncionales en relación con la comida como un circuito psiconeurológico: “la sensación psicológicamente desagradable –tristeza, enojo, mal humor, aburrimiento– funciona como un disparador, como un timbre, que activa el deseo de comer impulsivamente. La comida alivia momentáneamente el displacer pero genera culpa”.

La licenciada Haydée Iglesias, psicóloga especializada en desórdenes alimentarios, explica que este mecanismo de utilizar la comida como consuelo es una conducta aprendida. El origen hay que rastrearlo apenas nacemos. La teta o la mamadera, no sólo satisfacen una necesidad biológica de alimento, sino que también brindan cariño, consuelo, calidez, compañía.

Esta asociación natural entre cariño y alimento a veces se ve reforzada si la madre privilegia desmedidamente la comida como herramienta para calmar a su hijo. “Es muy importante que la mamá aprenda a discriminar las distintas necesidades del bebé- afirma la licenciada Iglesias-, que no siempre pasan por el alimento.

Esto también muchas veces se repite cuando el chico es más grande con el caramelo o el chupetín utilizados como premio, consuelo o simple chantaje para lograr que se porte bien. Justamente, los desórdenes alimentarios en la adultez están ligados a que la función de discriminar las diferentes sensaciones está atrofiada. La persona no puede distinguir si tiene hambre o está satisfecha”.

“El origen de este mal hábito está en nuestra primera infancia cuando ante todos nuestros deseos mamá nos daba de mamar, o cuando nos ofrecía chupetines como premio ante determinadas conductas. Esto hace que la función de discriminar diferentes sensaciones esté alterada”. (Iglesias)

Las disfunciones alimentarias

Este acto de comer impulsivo por problemas emocionales lleva a diferentes disfunciones alimentarias. Que van desde lo más leve, que es el picoteo y, eventualmente podrían llevar problemas serios como la bulimia.

Estas diferentes conductas –que se consideran patológicas cuando ocurren, por lo menos, cuatro veces por semana durante tres semanas seguidas–, según explicó el doctor Braguinski, son:

Picoteo: se relaciona con una urgencia interior que hace que la persona se precipite en la comida.
Conducta dietante: entra dentro de este grupo la persona que lleva adelante por lo menos tres dietas formales al año y que generalmente pasa la mayor parte del tiempo pensando en cuidarse en las comidas.

Conducta compulsiva emocional: este comportamiento lleva a comer de más de una manera impulsiva, generalmente por motivos emocionales. La famosa “angustia oral” o comer por ansiedad. La mayoría de las veces se trata de un exceso de carbohidratos agrupados en la segunda mitad del día y por la noche.

Comedor nocturno: existen dos clases de comedores nocturnos: aquellos que necesitan comer algo, por lo general dulce, antes de dormirse; y los que se despiertan en la mitad de la noche y que si no comen no pueden volver a conciliar el sueño.

Conducta bulimiforme: está formada por episodios de voracidad descontrolada. También se la llama “binge-eating”.

Bulimia nerviosa: la comida únicamente representa una descarga impulsiva pero no aporta placer. El acto de comer es penoso para estas personas y sólo termina cuando el cuerpo ya no puede resistirlo, cuando otra persona la sorprende o cuando ya no queda comida. Estos “atracones” suelen ir acompañados de conductas compensatorias posteriores como vómitos o ayunos prolongados.

La sociedad occidental encierra una paradoja: hay una tendencia a comer de más y, al mismo tiempo, una constante represión del acto de comer. Según datos de Estados Unidos, el 50% de las mujeres que hacen dieta comen de manera impulsiva.


La cultura de lo inmediato

“El telón de fondo de todos estos desórdenes en la relación con la comida es la restricción alimentaria. La sociedad occidental encierra una paradoja: por un lado hay una tendencia a comer de más y por el otro hay una constante represión del acto de comer”, asegura el doctor Braguinski.

Por lo tanto, estas conductas impulsivas son mucho más frecuentes en la gente que vive haciendo dieta. Según datos de los Estados Unidos publicados en el Manual de diagnósticos y estadísticas sobre desórdenes mentales, el comer impulsivo o “binge-eating” afecta al 50 % de las mujeres que viven haciendo dietas para bajar de peso.

La licenciada Iglesias asegura que la sociedad en la que vivimos nos empuja a comer impulsivamente: “Hay una presión por lo inmediato, se supone que todas las necesidades deben ser satisfechas inmediatamente por un objeto, y habitualmente lo que tenemos más a mano es la comida.

Los valores éticos fueron reemplazados por los valores del mercado que implican eficiencia a cualquier precio y presentan al consumo como llave para solucionar cualquier problema. Hoy hay muy poco margen para la desilusión, nos cuesta aceptar que la vida no siempre funciona bien, como una maquinaria perfectamente aceitada”. Entonces, cuando la vida nos atropella con sus desprolijidades, sus fracasos, sus frustraciones, nosotros atropellamos la heladera, el kiosco o lo que haya a mano.

Por otra parte, la comida está hoy “tecnologizada”: alimentos freezados, delivery, máquinas expendedoras, drive-in, enlatados. Nunca fue tan sencillo acceder a la comida. Todo el viejo proceso que implicaba pensar el menú, comprar los ingredientes, cocinar el plato y sentarse a la mesa a comer, hoy puede saltearse y resumirse en un simple llamado telefónico a la pizzería más cercana.

“La tecnología ha alterado nuestro vínculo con la comida de una forma definitiva y lo ha vuelto precipitado –afirma la licenciada Iglesias–. La urgencia y la inmediatez con que puede ser satisfecha han perjudicado a la natural función de postergación que tiene el ser humano. Ya no podemos ni sabemos esperar”.

La comida hoy está tecnologizada: freezados, delivery express, máquinas expendedoras de enlatados, todo está disponible ya, a toda hora. Y esto alteró nuestro vínculo con la comida.

La comida como atajo

Además de los factores culturales y sociales que empujan a la compulsión por comer, el doctor Braguinski también señala que existen determinadas personalidades, llamadas “adictógenas” propensas a caer en este tipo de excesos. Esta explosiva mezcla de factores hacen que sea muy difícil que la comedora compulsiva emocional cambie de hábitos, por eso suele saltar de dieta en dieta coleccionando fracasos y kilos de más.

Sin embargo, el doctor Braguinski asegura que cuando la motivación por adelgazar es realmente fuerte, pueden vencerse los otros impulsos.

Existen trucos para mantener la ansiedad a raya (ver recuadro), pero si el problema ya está muy instalado, es conveniente la consulta con un especialista en nutrición, sumado a una psicológica. Según la licenciada Iglesias no se trata tanto de averiguar qué tapamos con la comida sino saber qué es lo que se está reemplazando: “porque si yo me como un alfajor porque mi marido no me comprende, siento un momentáneo alivio, pero evito enfrentarme con la bronca y la tristeza que producen a veces las relaciones”.

Y mirar cara a cara a los problemas es siempre el primer paso para elaborarlos y empezar a superarlos con tiempo, esfuerzo y trabajo. Frente a esta perspectiva, la comida se ofrece siempre a mano, como un tentador atajo. Porque los maridos perfectos, los jefes comprensivos y los trabajos gratificantes no pueden pedirse por teléfono ni los envían a domicilio.


TEST: ¿SOS UNA "COMEDORA" EMOCIONAL?


1) ¿Pensás a veces: “me merezco este pedazo de torta porque tuve un día durísimo en la oficina”?
2) ¿Te das permiso para comer de más: “Me como otra masita, total ya estoy gorda”?
3) ¿Te da miedo comer las cuatro comidas diarias?
4) ¿Estás pendiente de la comida a lo largo de todo el día?
5) ¿Comés aunque no tengas hambre sin saber por qué?
6) ¿Vivís haciendo diferentes dietas y no conseguís bajar de peso?
7) ¿Seguís una dieta estrictamente durante el día y te “salís” picoteando durante la noche?
8) ¿Comés a veces grandes cantidades cuando estás sola?
9) ¿Tuviste algún episodio de comer mucho y después –a propósito– vomitar?
10) ¿Pensás que si tuvieras más voluntad podrías bajar de peso?
Si contestás sí a 4 de estas 10 preguntas, posiblemente tengas un problema de relación con la comida. Probá con los consejos para comer sin impulsos y, si no funcionan, consultá con un especialista.


CERRA ESA PUERTA

La regla básica número uno para no zambullirse de cabeza en la heladera ante un bajón es obvia: “No comas cuando no tenés hambre”. Pero una cosa es decirlo y otra más difícil hacerlo. Existen varios trucos para evitar el ataque a la cocina en un momento de ansiedad.

Primero y principal, antes de apoyar la mano en la manija de la heladera, pensá: “realmente, ¿tengo hambre?”, “¿me siento débil y necesito comer?” Si los signos indican que tu cuerpo reclama alimento, no lo dudes y comé.

Probá con una fruta, una tostada con queso blanco o algo dulce. Pero no te excedas: un bombón o chocolate chico es suficiente para que el cuerpo empiece a generar serotoninas. No es excusa para comer tres o cuatro alfajores.

Si mientras inspeccionás los estantes de la heladera te das cuenta de que en realidad no es hambre lo que tenés sino angustia, ansiedad, estrés, enojo o puro aburrimiento, hay otras formas de resolver el problema: preparate un baño de espuma, llamá a una amiga o buscá un buen libro que te atrape. ¿Un consejo? Evitá la tele: se puede ver con comida en la mano y las propagandas te llevan casi siempre a la heladera.


ADONDE RECURRIR


Hospital Durand:
Servicio de Nutrición, Dra Mónica Katz.
Díaz Vélez 5044
Tel.: 4982-8668
Hospital de Clínicas:
Cátedra de Nutrición, Dra. María Esther Della Valle.
Córdoba 2351
Tel.: 4508-3900
F.U.M.T.A.D.I.P., Fundación Mujer de Trastornos Alimentarios:
Asistencia Docencia Investigación y Prevención.
Salguero 3056, 2do.
Tel.: 4801-553
http://fumtadip.com.ar
IAN, Instituto Argentino de Neurociencias:
Mansilla 3057
Tel.: 4822-6739/ 6501
http://www.iansa.com.ar
DAPSE, Centro especializado en desórdenes alimentarios:
Tel.: 4801-8850
CENE, Centro de Nutrición y Endocrinología:
Dr. Jorge Braguinski.
Ayacucho 1547 PB “A”
Tel.: 4801-2599
e-mail: jbraguin@ciudad.com.ar
Dr. Aldo Cúneo
Presidente de la Sociedad Argentina de Obesidad
y Trastornos Alimentarios.
Tel.: 4779-9075

¿UN CAMINO A LA BULIMIA Y LA ANOREXIA?

“El hecho de atacar la heladera, levantarse de noche o comerse una caja entera de bombones no necesariamente quiere decir que existe una enfermedad alimentaria”, explicó el doctor Gustavo Praniauskas, psiquiatra de DAPSE. “Ni, mucho menos, que la persona que lo hace esté en camino de convertirse en bulímica o anoréxica.

En ocasiones, la necesidad de comer de ese modo responde a una manera de controlar la ansiedad por un asunto determinado, provocada por alguna preocupación o angustia. Por supuesto, también cabe la posibilidad de que este tipo de actitudes formen parte de un cuadro que, en determinadas personalidades, podría derivar en estas enfermedades. Pero es difícil hablar en general, cada caso es diferente”. Por eso, ante la duda, siempre es mejor consultar con un especialista.


TRUCOS Y ESTRATEGIAS PARA NO COMER DE MAS


Hacé 6 comidas diarias: fraccionar la comida es una buena estrategia para no llegar famélica a la hora de la cena y evitar la tentación del picoteo. El horario clave para los ataques de hambre es entre las 6 y las 7 de la tarde.

En ese momento las tensiones acumuladas en el día, sumadas al hambre producido por un almuerzo insuficiente pueden terminar con un atracón compulsivo. Una buena idea es reservarse la fruta del almuerzo o la cena para comerla como tentempié fuera de hora.

No te saltées las comidas principales: comer no es una opción, sino una necesidad biológica natural. La restricción necesariamente termina en desborde. Es mucho menos probable que se dé un atracón una persona que se alimentó normalmente durante todo el día.

Elegí alimentos que den saciedad, incluí alguna proteína como huevos, carne, pescado, pollo o lácteos. En lo posible hacé las comidas sentada en la mesa, tomándote tu tiempo.

Elegí para picar lácteos o bananas: tienen grandes proporciones de un aminoácido llamado triptofano que es un precursor químico de la serotonina, un elemento que promueve el bienestar, el placer y la somnolencia.

Un licuado de banana y leche es una buena opción a las 6 ó 7 de la tarde o bien antes de dormir. Un clásico vaso de leche tibia también funciona.

Hacé actividad física: el ejercicio no sólo dispara las endorfinas, hormonas ligadas con el placer, sino que ayuda a disminuir el estrés, uno de los motivos del comer compulsivo emocional.

Anotá en un papel todo lo que comés. Hacé un listado de lo que te llevaste a la boca, con el detalle de lo que pasó antes: si después de una discusión atacaste una caja de bombones o las galletitas de chocolate cuando tuviste un mal momento en el trabajo, podés deducir si el motivo que te llevó a comer fue el hambre o no.
Constanza Brunet
fuente:parati.com.ar

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